Cuentos para niños: Joaquín, el delfín que no quería estudiar

En medio del océano, donde ningún barco ha llegado jamás, existe el reino de los delfines. Un paraíso ubicado en las profundidades del mar. En este hermoso reino vivía Joaquín, un delfín al que no le gustaba estudiar.


Su mamá le había explicado siempre lo importante que era aprender cosas nuevas. Hacerlo servía, por ejemplo, para conocer mejor las mareas, saber como surcar las poderosas corrientes marinas sin perderse o reconocer cuándo había que migrar, según la luminosidad y la temperatura del agua.

Pero Joaquín solo quería jugar. No atendía las clases y en vez de hacer sus tareas al llegar a casa, escapaba hacia las enormes quebradas sumergidas donde iba a pasar el tiempo buscando cuevas, cardúmenes de atún para perseguir o simplemente para darse unos masajes con la arena del fondo.

Un buen día, cuando Joaquín estaba a punto de volver, el mar se oscureció. Ya era tarde, pero al pequeño delfín le pareció que había anochecido demasiado rápido. Presintiendo algo malo, Joaquín partió a casa. Pero las corrientes habían cambiado y no encontró el camino.

Sobre la superficie, un gigantesco huracán removía el mar con su furia. La poderosa tormenta lo había alternado todo. Olas enormes como montañas subían y bajaban, y en una de ellas apareció la cabecita de Joaquín, totalmente desorientada. Comenzó a llamar a su mama pero el atronador rugido del temporal apagaba su voz.

No sabía si dejarse llevar por las olas o si nadar contra ellas, hasta que no pudo más. Despertó varias horas después, encallado en una playa de arena. La tormenta era apenas un murmullo a lo lejos. Por más que lo intentó no podía regresar al agua, hasta que sintió que algo lo empujaba. Era un niño humano que lo había visto y trataba de llevarlo al mar.

El pequeño iba y venía del mar llevando un balde lleno de agua, con la que mantenía mojado el cuerpo de Joaquín para que no se deshidrate. Luego se sentó a su lado y comenzó a acariciarlo. Joaquín vio que algo le brillaba en los dedos. Era un anillo de metal.

- Ya regreso, traeré ayuda.

Al momento el niño volvió con sus dos hermanitos y, ayudados con redes, entre los tres lo llevaron de vuelta al mar.

Luego de recuperar fuerzas, Joaquín tuvo que viajar mucho para encontrar el camino de vuelta a casa. Cuando llegó, sus padres lo recibieron llorando de alegría. Joaquín se prometió entonces dedicarse al estudio, sin dejar de jugar, y a los pocos días ya se había convertido en un delfín muy aplicado.





Pasaron los años y Joaquín se hizo grande. En una de sus salidas a la superficie, diviso un pedazo de madera flotando a lo lejos. Se acercó con curiosidad y cautela. No podía ver el interior de aquel objeto pero descubrió que de sus bordes sobresalía un brazo humano. Grande fue su sorpresa al reconocer en esas manos quemadas por el Sol el mismo anillo del niño que lo salvó, muchos años atrás.

Joaquín tomó la soga del bote y decidió llevarlo a la orilla más cercana. Gracias a que ya estudiaba y hacia sus tareas, nuestro valiente delfín conocía a la perfección las corrientes, las mareas y todas las señales de orientación que le daba el mar y el cielo para ubicarse.

A medio camino, les sorprendió una tormenta, pero Joaquín supo mantenerse en el camino a pesar de las dificultades. Finalmente, llegaron a la misma playa en la que se habían encontrado de pequeños. Joaquín lanzo un agudo chillido que despertó al humano dentro del bote. Con rostro desfalleciente pero sonriente, el hombre agradeció a Joaquín por lo que había hecho, acariciando su cabeza.

Luego llegaron muchas personas del pueblo y se llevaron al humano con ellos, entre aplausos y gritos de alegría.

Joaquín regresó feliz a casa; había salvado a su salvador. Y todo gracias a que decidió aprender.

Y ese día, aprendió la lección más importante de su vida: "aprender ayuda mucho".




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