Cuentos infantiles para promover la tolerancia: El jardín de Tadeo

El parque donde jugaban Anita y sus amigos había sido un paraíso mágico desde sus primeros años. Su mundo se había alimentado de alegría en infinidad de tardes entre árboles y verdor. Un laberinto natural en el que se escondían y encontraban, pateaban la pelota, saltaban la soga o armaban casas con ramas y hojas secas.




Pero un día todo se oscureció. Anita estaba segura que esta vez la pelota si entraría al arco. Le dió una patada con todas sus fuerzas, pero el balón salió desviado, cayendo a lo lejos. Todos fueron a recogerla. Nunca habían llegado hasta aquél lugar tan solitario. Se veía abandonado. El jardín estaba seco y aquella casa antigua estaba sin pintar.

Sin perder tiempo, los niños cogieron la pelota y ya empezaban a alejarse, cuando una voz atronadora les escarapeló la espalda:

-Así que malogrando mi jardín con la pelota, eh?Pero que se han creído?

Un anciano de muy mala cara les clavó la mirada uno por uno.

-Fuera de aquí!

Anita logró mover un pie y emprendió la carrera. Los otros no tardaron en imitarlo entre gritos, dejando a aquel viejo gruñón solo en su seco jardín. Para rematarlos, les advirtió desde lejos:

-Si esa pelota cae cerca de aquí otra vez, olvídense de ella!

Los niños se quedaron muy tristes. Sentados bajo el árbol madre del parque ya no se atrevían a jugar a nada, temiendo que ese señor se les echara encima. Anita no podía creer que no pudieran volver a jugar en su paraíso. Afortunadamente, tenía una idea.

Al día siguiente, todos los niños se reunieron muy temprano y se escondieron alrededor de la casa del anciano. Al verlo salir, ingresaron al jardín, y con ayuda de algunos de sus papás arrancaron la hierba mala, vertieron tierra nueva, plantaron flores y pintaron la fachada de la casa. Al final una bonita valla de madera pintadita de blanco enmarcaba aquella obra de arte.

Cuando el viejo regresó al mediodía, no podía creer lo que veía. La pipa maloliente y el diario que llevaba enrollado en una mano cayeron al suelo del asombro. El gruñón se quedó ahí, parado un buen tiempo. Ya sus ojos se llenaban de lágrimas y asomaba una tibia sonrisa en sus labios, cuando un pequeño jalón a su raído gabán lo sacó del trance.

-Señor -le dijo Anita, casi susurrando. Creo que le debíamos esto. Le prometemos que jugaremos con más cuidado.

El viejo Tadeo -ese era el nombre que ni él mismo recordaba- miró a su alrededor, incrédulo. Todos esperaban temerosos a prudente distancia. Finalmente, tomando una gran bocanada de aire, Tadeo se agachó y abrazó a Anita.

- Gracia, hija. Nadie se había preocupado en darme una alegría en muchos, muchos años. Menos algo tan bonito. Perdóname si los asusté. No dejen sus juegos.





Y agregando un guiño, le susurró al oído:

- Yo también fui niño.

Desde entonces todo era armonía. Los chicos cambiaron la ubicación de los arcos de fútbol y siguieron jugando. Tadeo los visitaba cuando sus piernas adoloridas se lo permitían, hasta que le fue imposible y los niños lo visitaban en su casa después de la escuela.


Tadeo falleció de viejito, y los niños que vinieron después siguieron conociendo la historia de aquella niña que logró salvar su paraíso en el parque, y el alma de un hombre antes de ir al que está en el Cielo.

Basado en el cuento "El Gigante Egoísta" de Oscar Wilde.

Imágenes: HomeEnglishBlog, FreeWeb.

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